Puede ser que en alguna ocasión hayamos escuchado esta expresión u otras similares como “la mirada” o “el rostro”, el espejo del alma. Y es que, de forma irremediable, el estado de nuestra piel es reflejo de nuestra situación emocional, muchas veces incluso siendo inconscientes de ello.
La piel no es solo una cubierta protectora, sino que a través de ella interaccionamos con nuestro entorno, siendo capaz de expresar lo que sentimos: si algo nos resulta agradable sonreímos, si sentimos vergüenza nos ruborizamos, si estamos nerviosos, sudamos. Por otra parte, sirve de órgano receptor ante multitud de estímulos como una caricia, un apretón de manos, tocar un objeto frio o caliente etc.
En nuestro día a día en consulta es muy habitual que los pacientes nos pregunten ¿y lo que tengo, es por el estrés? La respuesta en muchos casos es que, en mayor o menor medida, circunstancias de nuestra vida como un periodo laboral más exigente, dificultades económicas o problemas familiares, nos afectan por dentro y eso también se refleja por fuera en nuestra piel.
La conexión tan estrecha entre nuestra mente y la piel hace que a menudo nuestro estado emocional repercuta a la hora de desencadenar o empeorar determinadas enfermedades dermatológicas. El primer caso histórico descrito de este fenómeno fue el de un príncipe persa que ante la ansiedad de tener que heredar el trono desarrolló psoriasis. Entre otras patologías en las que a menudo el estrés juega un papel importante, las más habituales son la dermatitis seborreica, el acné y algunos tipos de alopecia. Y resulta una situación difícil, puesto que a menudo el debutar o empeorar de estas enfermedades supone un problema añadido al paciente y tiende a generar una mayor ansiedad. Es por eso que resulta fundamental que el paciente además de confiar el tratamiento dermatológico también tenga en cuenta que medidas como el dormir las horas necesarias al día, tomarse un poco más de tiempo para uno mismo, hacer ejercicio o tener una dieta completa y variada también repercuten en su proceso de recuperación.
El paciente que padece de la piel, a menudo también sufre por el miedo al rechazo de los demás, a ser apartado. Esto tiende a generar un aislamiento del entorno, se deja de dar la mano, de dar un abrazo, pensando que la otra persona puede darse cuenta, pensar en falta de higiene o incluso que se lo pueda “pegar”. Sin embargo, ninguna de las enfermedades que hemos mencionado hasta ahora son contagiosas y poco tienen que ver con los hábitos de higiene. Es por esto que también es importante que el paciente haga frente a esos miedos, no pierda el contacto social y, por otra parte, haya un mayor grado de cultura sobre las enfermedades de la piel.
En un presente en el que la era tecnológica ha hecho que cada vez nos relacionemos más a través de mensajes digitales, dando besos y abrazos a través de emoticonos, es conveniente recordar que el ser humano necesita del contacto físico con otras personas. Al nacer se nos coloca piel con piel con nuestra madre para regular nuestra temperatura, estimulando la lactancia temprana y favoreciendo el vínculo afectivo. Un abrazo genera bienestar, mejora nuestro estado de ánimo y disminuye el estrés.
No olvidemos que el ser humano es un todo. La piel es reflejo de una salud física y mental interna, al mejorar nuestros hábitos de vida y favorecer el contacto social nos fortalecerá para hacer frente a la enfermedad y cuidar nuestro aspecto.
Fdo.- Dr. Javier Ruiz Martínez